¿Por qué aumentamos de peso?

Siempre que no sufrimos alguna enfermedad que afecte directa o indirectamente al peso o al metabolismo, podríamos decir que nuestro cuerpo se comporta como una balanza que consigue el equilibrio cuando recibe alguna cantidad de energía (kilocalorías) de la que gasta. Este equilibrio se le llama balance energético. Cuando ingieres prácticamente la misma cantidad de energía de la que gasta a lo largo del día, generalmente, tu peso se mantiene estable (las pequeñas variaciones de un día a otro son normales). De la misma manera, cuando a lo largo del día y de forma repetida, ingieres más energía de la que consumes, es normal que el peso aumente o bien que, si continuamente gastas más de lo que comes, el peso disminuye.

¿Y cómo obtienes y gastas energía? Tu cuerpo obtiene energía de las grasas, de las proteínas y de los hidratos de carbono presentes en los alimentos. Además, el cuerpo consume energía continuamente por el simple hecho de funcionar y cuando practicas algún tipo de ejercicio o actividad física todavía gasta más energía.

 

¿Qué papel tienen los hidratos de carbono en nuestra alimentación? 

Los hidratos de carbono se consideran nutrientes esenciales y de consumo diario. De hecho, de esta fuente proviene alrededor del 50% de la energía (kilocalorías) que consume un adulto sano durante el día. Pero, ¿por qué? Eso se debe principalmente a la importancia de su función energética. Es decir, son los encargados de dar combustible a nuestras células para que puedan funcionar y se funcionen correctamente todas las reacciones del cuerpo. 

Después de una comida rica en hidratos de carbono, nuestro cuerpo guarda una parte de estos en el hígado y en el músculo como reserva de energía para ir gastando a medida que lo necesite. Cuando estas reservas están llenas, el exceso se almacena en forma de grasa.

 

Entonces, ¿dónde está el problema?

Por definición, los hidratos de carbono no engordan. El problema aparece cuando, por un lado, haces una ingesta excesiva de éste, de la misma manera que si comieras muchas grasas o proteínas, ya que acabas aportando más energía de la que el cuerpo necesita y/o consume y, por otro lado, cuando los hidratos de carbono no provienen de fuentes «saludables».

En resumen, es importante la cantidad como la calidad. Por tanto, lo que se debería de hacer es centrarse en una alientación saludable y equilibrada, que aporte las cantidades adecuadas de nutrientes (sin excesos ni déficits). Es decir, potenciar el consumo de frutas y verduras; consumir carnes blancas, pescados y huevos; incorporar alimentos que aporten principalmente hidratos de carbono de lenta absorción (arroz, pasta, pan, cuscús, legumbres…) en lugar de tantos alimentos con azucares añadidos y, en la medida de lo posible, potenciar el consumo de sus versiones integrales que además aportan fibra.

Dicho esto, hemos de intentar adaptar nuestra alimentación para el día a día. Si me he pasado el día sentado y casi ni me he movido, mi despensa energética será muy baja, de manera que procuraré no realizar ingestas pesadas y excesivas. En cambio, si me he pasado el día de aquí para allá, he realizado ejercicio físico y, en general, he estado activo, entonces necesito rellenar mis reservas energéticas.